Comentario
Para entender de forma completa la posterior evolución de los acontecimientos no basta con tener en cuenta el deterioro del partido del Gobierno y la crecida del PSOE. A ellos hay que sumar otro factor de importancia, la división interna experimentada por el PCE, que permitió a los socialistas conquistar una parte del electorado izquierdista que hasta el momento les había resultado vedada.
Los resultados electorales de junio de 1977 fueron una sorpresa desagradable para los dirigentes comunistas. Santiago Carrillo juzgó que este partido se había beneficiado de un voto de aluvión por el sentimiento anticomunista creado por el franquismo. Además, creyó que conseguiría cambiar el equilibrio entre las fuerzas de izquierda por el procedimiento de acentuar el eurocomunismo y mostrar una postura de mayor complacencia con la UCD. De hecho pensaba que él y Adolfo Suárez eran los dos únicos políticos responsables en la España de entonces. Aunque esta colaboración fue beneficiosa para la transición, el PCE, a partir de un determinado momento, exageró los peligros de involución y así pudo parecer excesivamente timorato. Tras las elecciones de 1977, Carrillo tuvo que hacer frente a una ofensiva en su contra, auspiciada por los soviéticos, que podía indisciplinarle a un sector del PCE. La verdad es que Carrillo llegó más allá que nadie en el desarrollo del eurocomunismo, pero ésta no era una filosofía política destinada a perdurar. Su marxismo revolucionario, nueva inspiración ideológica del PCE, seguía conteniendo de hecho un elevado componente de centralismo democrático.
Después de las elecciones de 1979 acabaron por estallar todas las tensiones que había padecido el PCE. Los resultados fueron insatisfactorios para las expectativas de Carrillo y de ahí que iniciara una ofensiva en contra de los comunistas disidentes por prosoviéticos o por renovadores. Con su intervención, Carrillo no sólo no restableció la disciplina interna sino que agravó las disensiones, produciendo una escisión del comunismo catalán y el desmantelamiento del vasco. Pero además proliferaron las manifestaciones de disidencia entre los llamados renovadores. Carrillo quiso evitar que profesionales e intelectuales tuvieran una organización autónoma en el seno del PCE. Fueron estos sectores los que patrocinaron el movimiento renovador que concluyó en sucesivas escisiones durante el año 1981. En una situación como ésta, no tiene nada de particular que se produjera lo que el propio Carrillo denominaría como seísmo posibilista: muchos jóvenes dirigentes ya no veían ninguna esperanza en el partido y juzgaron que ésta se hacía viable en el PSOE.